Sobre gurús, charlatanes y otros especímenes manipuladores…
Presenta alguna referencia para distinguir la colaboración no directiva, de gurús, charlatanes y otros especímenes manipuladores.
Propone la humildad como punto de partida en una relación cooperativa de carácter no directivo y aporta algunas experiencias del autor que le sirven para fundamentar su idea.
Apoyar una posición de humildad por parte del coach e ilustar los beneficios de la no directividad.
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UGARTE, j., "Sobre gurús, charlatanes y otros especímenes manipuladores..." [en línea]. International Non Directive Coaching Society, 2016. [fecha de consulta DÍA de MES de AÑO]. Disponible en http://www.internationalcoachingsociety.com
La semana pasada, al término de una sesión de coaching, mi cliente, deportista de élite con una amplia lista de campeonatos ganados a nivel nacional y europeo y una larga trayectoria en la alta competición, me dijo que le gustaría que yo le diera algún truco para mejorar su concentración en los campeonatos. Como era la parte de la sesión en la que el coachee opina sobre los aspectos en qué puedo mejorar mi trabajo y yo me limito a apuntarlos ‘sin defenderme’ ni justificarme, no lo hice; pero como sonreír sí me está permitido, sonreí, sin más.
Era nuestra tercera sesión de trabajo, la primera casi no cuenta, así que me parece natural, incluso divertido, encontrarme con alguien, como es evidente insultantemente joven, que después de haber dedicado miles de horas a entrenar y otras tantas a su preparación física, llega a un proceso de coaching con la expectativa de que alguien le proporcione, con unas pocas frases, las “claves de la concentración” en la alta competición. Como uno ya va para los cincuenta de vida y los diez en la profesión, ni me preocupé, ni me lancé osadamente a facilitarle una “receta mágica”.
A algo parecido se refirió en una ocasión Andoni Zubizarreta, en la presentación pública de un programa universitario de formación de coaches que tuve el funesto honor de dirigir. Contaba ahí, el de Aretxabaleta, que cuando llegó a Lezama el entrenador de porteros, el ya entonces mítico Iríbar, nunca le daba orientaciones sobre lo que tenía que hacer; practicaban distintos ejercicios, trabajaban desde diversas posiciones, pero consejos, ni uno. Así que, según su relato poco más o menos, un día se atrevió a preguntarle: “Oye José Ángel, pero por qué no me corriges o me das alguna instrucción para mejorar”; el otro le contestó “porque yo no veo por tus ojos”.
Con asuntos de esta índole creo haberme encontrado en mi trabajo como coach, también con ejecutivos. El propietario y director general de una gran empresa, en su segunda sesión de coaching conmigo se quejó amargamente porque yo no le había contado nada que “él no supiera” y eso que le había hecho una descripción pormenorizada y muy atinada de mi punto de vista sobre lo que estaba pasando en su organización. Traté de explicarle que a mí me parecía meritorio haber comprendido lo que ocurría con unas pocas reuniones con su equipo, en algo menos de dos meses, pero que en cualquier caso yo no le iba a resolver sus problemas, en primer lugar porque jamás he dirigido una empresa de ese tamaño, con presencia en cuatro continentes, que esto le hacía ilusión, pero sobre todo porque “yo no veía por sus ojos”.
Consultores, coaches y el resto de especímenes que nos dedicamos a esto de colaborar con directivos, debemos ser humildes. Yo lo comprendí hace muchos años, en mis inicios como consultor de empresas, cuando accidentalmente acompañé a uno de mis clientes a firmar la operación para comprar su coche: valía tres veces más que el piso que acabábamos de adquirir mi esposa y yo para hogar familiar (incluidos los gastos de la reforma). “¿Pero qué le voy a enseñar yo a éste?” me pregunté… Así que nunca le dije lo que tenía que hacer, escuché, traté de comprender, en algunas ocasiones di mi opinión sobre lo que me parecía sensato o insensato, adecuado o inadecuado, legal o ilegal, e incluso acepté personalmente algunos retos en momentos de indecisión. Nos fue muy bien a ambos.
Y es que de cuando en vez a todos los que nos ocupamos en estos oficios nos vienen a pedir “la fórmula magistral”, ésa que no existe y que nunca facilitaríamos si la conociéramos (trabajarían todos para nosotros). Y ante esto tenemos dos opciones, al menos: declinar la invitación amablemente o soltar alguna frase de éstas que circulan por las redes, al estilo de la de Coelho que dice que “cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño”.
Al pobre Paulo, que seguramente ha cometido más de un exceso verbal, le han sacado de contexto la abundante creatividad, se le han apropiado de las ocurrencias y el resto de charlatanes lo han hecho pasar por uno de ellos, esa especie tan abundante en nuestros tiempos que se ganan la vida con latiguillos, más o menos deslumbrantes y esperanzadores, que mueven el ánimo del público, pero ayudan muy poco a resolver los problemas.
La frase, extraída de su obra “El Alquimista” continúa así: “basta con aprender a escuchar los dictados del corazón y a descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras, el que muestra aquello que los ojos no pueden ver” o lo que es lo mismo, “utilice su intuición, esfuércese por aprender, entérese de lo que pasa realmente, arriésguese a equivocarse y encontrará las mejores respuestas posibles a sus preguntas, pero no espere que vaya a venir otro a resolver sus problemas: nadie ve por sus ojos”. Éste, yo lo creo, es un buen consejo.
Está lejos de mi ánimo defender, no creo que lo precise, al literato brasileño, pero sí estoy verdaderamente interesado por avisar al lector de que ni ese libro, ni la Biblia, ni El Arte de la Guerra (Sun Tzu), ni El monje que vendió su Ferrari, ni aquel otro que se pregunta por los ladrones de queso, ni la amplía retahíla de textos que utilizan algunos consultores ilustrados, analfabetos ilustrados, muchos gurús y una amplia recua de charlatanes para extraer frases rutilantes, contienen las claves para la gestión de una empresa. Casi todos están ‘construidos’ en forma de metáfora, no de comparación.
La metáfora tiene, sobre todo, un fondo simbólico, de ella se puede extraer un aprendizaje personal, pero no una fórmula de aplicación universal a cada situación concreta con la que uno se encuentra. Si nos resulta emocionante, puede ayudarnos a reforzar la confianza en nosotros mismos, puede despertar nuestra intuición, puede evocar situaciones por las que hemos pasado con éxito o sin él y puede servir para abrirnos al aprendizaje. Pero como método, no tiene nada de científico, no funciona como un reloj, no sirve para resolver problemas de forma automática. La ciencia tampoco lo hace de forma automática, nadie se engañe: se basa en la técnica de ensayo y error, donde el último es el más frecuente, estadísticamente.
Sometido a la decisión entre invertir o no hacerlo, contratar o despedir, continuar o abandonar, no va a haber nadie que le dé la mejor solución: ni el Sun Tzu, ni el mejor analista financiero, ni el más avezado consultor, ni el coach de moda, ni el gurú con más predicamento. Entre estos últimos, seguramente encontrará, si tiene suerte, a alguno con la humildad suficiente para acompañarle por el camino, poner su tiempo, conocimientos, experiencia, ilusión e intuición a su servicio, eso sí, sin decirle lo que tiene que hacer. Tal vez le sirva.
Mientras tanto, puede ir desconfiando de quienes venden fórmulas mágicas, muchas de ellas revestidas de cientifismo, de aquellos que para cada ocasión tienen una de esas frases brillantes extraídas del Internet, de quienes han hecho un curso de dos semanas o han leído cuatro libros de liderazgo y se han lanzado a la aventura de la consultoría. No sólo no ven por sus ojos, suelen creer que lo que lo que ven ellos es lo único que hay.
Pero sobre todo recuerde, dicen que dijo Henry Ford: “tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, tienes razón”.