La escucha y la interpretación
Comprender la importancia de la escucha sin interpretación
4 minutos.
Foto (CC BY-SA 4.0): "Artículo 16: Derecho a compartir y participar en la cultura digital" de Web We Want.
MOLINS, J., "Asumir / Suponer" [en línea], International Non Directive Coaching Society, 2017. [fecha de consulta DÍA de MES de AÑO]. Disponible en http://www.internationalcoachingsociety.com/asumir-suponer
¿Qué hemos aprendido los humanos: a escuchar o a interpretar?
Es curioso que una de nuestras imprescindibles actividades en aras de sobrevivir, previo y más allá de la necesidad de lograr interactuar con el mundo, sea nuestra capacidad de absorber y sistematizar la información que viene del exterior.
No cabe duda que el cerebro, la más extraordinaria maquina que nunca se haya conocido antes, logró conseguir después de milenios cursados para este resultado de evolución biológica, que sea nuestra capacidad de recopilar y ejecutar datos una habilidad cada vez más eficiente. Podríamos resumir en una palabra a esta capacidad: Aprender.
Para definir, de una primer manera este concepto diremos que es la adquisición de conocimiento de algo por medio de la indagación, la investigación, la práctica, la recurrencia y la experiencia. En biología (cualquiera de los reinos del mundo natural) definir aprendizaje de la segunda manera es describir el comportamiento que le permite a cualquier especie, mantener la supervivencia propulsada por 2 motores hacia la acción: evitar el dolor o acercarse al placer.
Obteniendo estas dos definiciones, podemos afirmar que es este tema, el aprendizaje, uno de los más recurrentes, complejos, fascinantes y profundos que hemos discutido y conversado durante nuestra corta existencia como humanidad. Lo que es innegable, es que el acto de aprender es una aventura en la que hemos coincidido desde nuestro añejo interés en demostrar nuestro amor por sofía abundando en la materia de la exploración de lo intangible: la verdad.
Aprender, entonces, ha sido una interminable andanza hacia tratar de comprender, definir y consensuar eso a lo que se le ha denominado alma, mente o para algunos otros, consciencia.
Si bien es nuestro cerebro uno de los órganos al que más reverencia solemos hacer debido a todos los misterios que custodia, no podríamos conocer la evidencia de sus infinitas capacidades si no fuera gracias a la diversidad de sistemas que le acompañan en la odisea de mantenernos como un ente vivo. Uno de ellos es el sistema auditivo. Es en el oído donde se constituye el último eslabón de la cadena sonora: convierte las ondas en señales eléctricas que se transmiten por el nervio acústico hasta el cerebro, en donde el sonido es interpretado. La pregunta sería entonces, en términos del aprendizaje, ¿qué fue primero, la escucha o la interpretación?
Nuestra habilidad biológica de oír (escuchar) está, de forma innegable e imposible de que sea diferente, condicionada por filtros que se interponen y provocan la manera única de percibir la realidad “ajena” a nosotros. Estos filtros son causados por la principal actividad del cerebro: asumir (o suponer), dado que nuestra prodigiosa maquina de neuronas se deja guiar por los pre-juicios haciendo que nuestra relación con la vida sea un tema personalizado.
¿Cómo funciona esto?
Desde que hemos cumplido 7 semanas en el vientre materno, nuestro cerebro comienza a hacer de las suyas tomando información y a fungir como el gran administrador para ir depositando millones de datos en lo que teóricamente se le ha llamado zona del inconsciente (no porque esté en contra de la consciencia, sino que es la zona en la que, según eruditos en materia del estudio del alma, se congrega un altísimo porcentaje de todas nuestras experiencias) proveyendo cifras desde las que, eventual y paulatinamente, el cerebro irá distribuyendo sistemáticamente para su conveniente valoración, precisa ejecución y específica procuración de su propósito ulterior: juzgar/suponer/asumir sea llevado a cabo de manera inapelable.
Gracias a la relación cerebro-mente (alma/consciencia), cada quien tenemos nuestras propias verdades, las cuales son pilares y fundamentos desde donde a cada uno de nosotros se nos ha considerado único, legítimo, independiente y extraordinario, y son esas verdades las que determinan nuestra identidad y derecho de opinión ante los acontecimientos cotidianos que se celebran “afuera” de nosotros. En otras palabras, la función básica de la relación cerebro-mente es pre-juzgar. Un bajísimo porcentaje de este prejuicio alcanzamos a verlo manifestándose en la zona consciente, probablemente la relación esté en 99% vs 1%.
La ironía de nuestras “verdades independientes” es que son una prisión: es la lucha permanente por mantenerlas lo que nos sostiene en la ambivalencia perenne de satisfacciones y sufrimientos. Somos seres atrapados en nuestros juicios. Estamos en la búsqueda constante de respuestas, pero no damos oportunidad de aprender habilidades distintas a las obtenidas por nuestras propias experiencias previas. Dejar de hacer lo que creemos saber hacer abriría nuevas posibilidades de interpretación, aunque para ello requeriríamos dar un paso previo: saber escuchar ingenuamente, oír neutralmente; entrenar a nuestro cerebro para que re-aprenda, enfocando nuestras energías en soltar la noción de que los demás deben ver el mundo tal y como nosotros lo vemos.
¿Cómo liberarnos de esa prisión?
En siglos pasados, una persona era valorada por su capacidad de guardar silencio, se les llamaba sabios y eran los que regían el rumbo, no solo de su individualidad sino de toda una comunidad. “El silencio es un amigo que jamás traiciona”, decía Confucio, demostrando que los sabios y su silencio eran tesoros invaluables, ellos demostraban que habría que ocuparse más de voltear hacia dentro que de preocuparse acerca de lo que los demás hacían o dejaban de hacer.
Me pregunto ¿dónde habrán quedado esos sabios? En nuestra sociedad actual es recurrente que por nuestras ansias de obtener respuestas inmediatas o soluciones rápidas, caigamos en aguas agitadas, sumergiéndonos en océanos saturados de información (tan accesible es acceder a ellos que las tenemos en la palma de la mano, en menos de un segundo y con solo dar un par de clicks).
La corriente de esos océanos es tan voraz que impide que haya serenidad, nos revolcamos en olas de ideas superficiales y nos arrastramos en un vaivén de frustración negándonos al descubrimiento de mares más tranquilos: el desarrollo de nuestra sabiduría interior que reside en la calma profunda.
Sin embargo, hoy en día, y en un resurgimiento cada vez más impetuoso de una toma de consciencia global, surgen disciplinas y actividades que acompañan a devolverle al silencio su estirpe, jerarquía y merecida importancia. Una de ellas es el Coaching No Directivo, que pretende forjar en sus seguidores la pauta de la “aceptación” como fundamento en la relación profesional que procura.
Es gracias a los espacios de silencio durante las sesiones donde el coach no directivo honra y aprecia la posibilidad de experimentar una toma profunda de consciencia (1%), primero al estar alerta de la inevitable interpretación de la que se encarga nuestra relación cerebro-mente al poner atención a la conversación del coachee, para en seguida dar paso a la “escucha ingenua” (acto de oír biológicamente) creando así un espacio de neutralidad y logrando para el otro un ambiente puro que le permita acercarse a la autenticidad de su verdad más profunda.
Es una realidad que el ser humano está ávido de espacios para sentirse escuchado (no pre-juzgado), ya que en la profundidad de nuestro corazón, todos anelamos sentimientos de paz y tranquilidad permanentes.
Si bien es una escuela de formación que cualquier ser humano merece conocer, no es necesario cursar la certificación para ejercer como coach no directivo y lograr acceder a la sabiduría del silencio: con solo dedicarnos pocos minutos del día a condicionar nuestras interpretaciones, dejaríamos espacio para avivar esa sabiduría que reside en el silencio. Hacer del cuestionamiento (las preguntas abiertas, cortas y simples) un hábito recurrente hará que logremos, poco a poco y de manera ferviente, acceder al aprendizaje más importante: visitar el silencio para dejar de asumir y comenzar a aceptar, esta última palabra es lo que se considera la verdadera y más gloriosa muestra de amor, ya que, como dicen por ahí: “El secreto no es querer entenderlo todo, a veces no se trata de entender, sino solo de aceptar”.
La invitación es a soltar todo lo que ya no te sirva, recuerda que el amor libera y la aceptación es una forma de amor que te acompaña a escuchar sin que la trampa de las interpretaciones haga de tu vida un camino de aferre y confusión.
Ama, goza, sonríe, agradece, aprende y disfruta… todo lo demás es una ilusión.