Analogía entre "Wilson" ("Náufrago" de Robert Zemeckis) y el trabajo del coach
Reflexionar sobre aspectos fundamentales de la profesión del coaching
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Foto (CC BY-SA 4.0): "image_00002" de Jug Jones.
Foto (CC BY-SA 4.0): "Wilson" de Aaron Kim.
Foto (CC BY-SA 4.0): "wilson" de calebo.
TORTOSA LASO, M., "Mi amigo Wilson" [en línea], International Non Directive Coaching Society, 2017. [fecha de consulta DÍA de MES de AÑO]. Disponible en http://www.internationalcoachingsociety.com/mi-amigo-wilson/
El primer paso, siempre es el más importante. Y todavía más importante, el primer pensamiento que te lleva a darlo. Y lo es más todavía, la primera intuición después de que algo determinante te haya ocurrido, aun siendo un accidente, incidente o un suceso previsto. He de afirmar que somos sabios. Lo somos. Los clientes, los profesionales, como personas, somos sabios y expertos en nuestra propia vida cuando nos escuchamos, cuando hablamos con nuestro yo interno, cuando reflexionamos, somos honestos y coherentes.
El otro día volví a ver la película “Náufrago” de Robert Zemeckis y pude comprobarlo a través de los diálogos (monólogos) entre Chuck Noland y Wilson. Si no recuerdas la historia, vuelve a ver la película y sabrás de lo que hablo. No tiene desperdicio.
Chuck es interpretado magistralmente por Tom Hanks, tanto es así que, uno no sabe dónde termina Chuck y dónde empieza Tom Hanks o viceversa. Wilson es un personaje surgido de un corte con mucha sangre y dolor y la impresión de la mano herida de Chuck sobre la piel blanca de un balón de voleibol marca Wilson. ¡Wilson era un balón, pero qué balón, amigos! Porque Chuck se va dando cuenta de la realidad en la que está inmerso, con sus dificultades, pero también con recursos, capacidades y habilidades que desarrolla a través del espejo que representa Wilson. Soporta tempestades sabiendo encontrar una cueva donde guarecerse. Acomete la difícil tarea de hacer fuego con perseverancia para conseguirlo y celebrarlo con Wilson. Y entonces, surgen caminos, que son las opciones que Chuck va comentando con su socio Wilson. Y departen, conversan, se dan o se quitan la razón, se emocionan, se plantean si puedo hacer esto o aquello. De acuerdo, si, estoy en una isla que conozco al milímetro y de la que parece que nadie me va a rescatar, pero ¿qué puedo hacer yo?, ¿qué quiero hacer? Y entonces, ya avanzada la película, tiene una conversación trascendente con Wilson, que, en el fondo, es él mismo. Y decide qué es lo que finalmente va a hacer, cuál es el plan. Emprende ese viaje con determinación y digamos que, llegado el momento, Wilson desaparece. Deja de estar junto a él. Y sólo entonces, desde aquel punto sin retorno, Chuck es capaz de conocerse tan bien que ya no necesita a Wilson a su lado porque lo lleva dentro de sí mismo. Ya se conoce, ya sabe cómo tomar conciencia de la realidad que le rodea, ya sabe cómo buscar los caminos y escoger el que más encaja en lo que quiere lograr: salir de la isla y alcanzar la anhelada vida civilizada, cueste lo que cueste. Nos suena esa estructura al Modelo GROW, a nosotros, coaches humanistas de esencia no directiva.
Chuck durante ese tiempo de naufragio en una isla que en otro contexto podría resultar paradisíaca, acomete una proeza: navegar en las profundidades de su alma, de su ser a través de Wilson, que se erige en su fuerza, su sustento emocional, su yo más auténtico.
Que por qué traigo aquí al amigo Wilson, te preguntarás. Pues porque ese filme está plagado de simbolismos, de simbolismos muy relacionados con nuestro trabajo. En esencia, todos tenemos un Wilson, un yo íntimo al que escuchamos o no, con el que dialogamos o no. Todos somos seres sociales y buscamos al otro para relacionarnos, para comunicar, para que nuestro pensamiento y acción trascienda. Por eso no hay peor castigo que naufragar o estar recluido en una celda incomunicada, porque te quedaste sin una parte fundamental. Tan importante es compartir las ideas, los pensamientos, como tenerlos y cuestionarlos, porque hace que no sólo salgan de nosotros y reboten en otros, sino que, al hacerlo, adquieran nuevos y más ricos significados. Por eso Wilson solo podía ser esa pelota.
De algún modo, así trabajamos con nuestros clientes. Facilitamos que broten sus ideas, el conocimiento, el pensamiento, lo trasladen, se escuchen, se cuestionen… “et voilà”: logramos que generen ese alumbramiento, esa idea nueva y enriquecida, muchas veces más antigua que su conciencia, porque estaba allí desde siempre, en las profundidades de su ser. Lo genuino y esencial aflora y ellos mismos expresan el autodescubrimiento, el autoaprendizaje con sorpresa “anda, qué bueno, hasta ahora no había caído”, “no me había dado cuenta”. No es magia, es la mayéutica de Sócrates, el oficio de comadrona que tenía su madre para ayudar a parir ideas que luego se hacen realidad. Es también “El juego interior…”de Timothy Gallwey (*) para modular el constante diálogo interno en nuestra mente que nos puede impedir alcanzar nuevas metas y disfrutar de ellas.
Y entonces es cuando sonrío y pienso que el mejor socio y aliado se podría llamar Wilson, que es el que llevamos pegado a la piel, incorporado sin saberlo. El que tenemos cada uno si sabemos reconocerlo, usarlo y sacarle el mejor partido. El que nos ayuda a responder las mejores preguntas, las más valientes, las más centradas, las esenciales, las que dan en el clavo. Wilson es quien regala los mejores silencios para pensar reflexivamente, quien conoce y señala el camino para superarse, para ayudar a sobrellevar cualquier inconveniente o alcanzar cualquier meta que nos propongamos. Porque cada uno de nosotros somos capaces de conocernos en profundidad, de autoregularnos y darnos cuenta de que somos sabios y podemos ejercer el papel más importante: el de protagonistas de nuestra propia vida y generadores de nuestro propio desarrollo. Y eso es lo más maravilloso de este trabajo, ¿verdad Wilson?
(*) Nos referimos a “El juego interior del tenis” de Tim Gallwey. Ed. Sirio. 2013.